Agresión a una periodista

[Artículo publicado originalmente en el Periódico Diagonal]

Patricia Horrillo es periodista. Ha trabajado para Público y El País en Barcelona y, actualmente, colabora con el medio digital Zona Retiro en Madrid. La noche del 17 de agosto, tras cubrir la manifestación laica fue detenida ilegalmente por un agente que la insultó y amenazó si no le mostraba su DNI. La reportera, que grabó con su teléfono un vídeo de la situación, ha presentado una denuncia a la que se han sumado las de otros dos periodistas que fueron agredidos por el mismo policía.

Patricia Horrillo. Pasadas las diez, me acerco hasta la confluencia de la calle del Correo con Sol y me quedo pegada a las vallas de protección policial grabando las cargas. Publico varios twitts y fotos.

No doy crédito a lo que está pasando y hago un vídeo de unos diez minutos intentando que no me tiemblen demasiado las manos. Veo a un equipo de Cuatro, un cámara y una chica alta y rubia, que intenta meterse en medio de los antidisturbios y cómo les sacan aludiendo a su seguridad. Me sorprende el sonido de botellas de cristal llenas estampándose contra el suelo bastante cerca de donde yo estoy. Cuento unos cinco botellazos.

Dos furgones avanzan y se colocan a pocos metros de donde me encuentro. La calle del Correo se ha quedado bastante vacía y una línea de antidisturbios impide entrar a Sol por ella. Sigo observando: llega el SAMUR y un hombre, al que le habían dado con las porras, le explica a un sanitario dónde le duele y pregunta qué clase de lesión le pueden haber producido. El paramédico le tranquiliza diciéndole que no hay rotura de fibras. Se alejan y me quedo sola en esa esquina entre los furgones y los antidisturbios.

Un policía blandiendo un palo

Veo a un agente sin casco y con un palo blanco bastante largo blandiéndolo a modo de espada. De repente, repara en mí y me pregunta qué hago ahí. “Soy periodista, estoy grabando y sacando fotos de lo que está pasando”. “No tienes permiso para grabar”. “¿Cómo que no? Estoy en la calle”. “¿Para qué medio?” “Soy periodista independiente. Colaboro con un diario local”. Niega con la cabeza mientras mira mi identificación, que llevo colgada del cuello y en la que están mis datos: nombre y apellido, DNI, foto y acreditación de freelance. Viendo su actitud desbloqueo el móvil y me pongo a grabar por lo que pueda pasar.

Estalla cuando le pido
que no me levante la
voz: “¡Que no te levante
la voz! ¡Como te meta
una hostia, vamos!”

De repente, el policía me saca violentamente la identificación del cuello y, pese a que le pregunto repetidamente por lo que está haciendo, no me responde. Veo que apunta algo en una libreta y me fijo en que lleva la identificación aunque no alcanzo a ver los números. Me dice que le faltan datos: el nombre de mis padres y mi dirección. No me dice por qué necesita identificarme, sólo que saque mi DNI, gritándome.

Estalla cuando le pido que no me levante la voz “¡Que no te levante la voz! ¡Como te meta una hostia, vamos!”. No me creo lo que me está pasando y respondo con incredulidad “¿Qué me acaba de decir?”. Una sensación de irrealidad me inunda cuando el policía que me acababa de amenazar les dice a otros agentes que me pongan las esposas. Me agarran por ambos brazos y me arrastran al furgón. Agarro el móvil como si me fuera la vida en ello y,aunque lo intentan, no me lo consiguen quitar. Tengo miedo de que se den cuenta de que estoy grabando y consigo apagarlo. Cuando abren la puerta del furgón, veo a un chico boca abajo, sin camiseta y con las esposas puestas. Me empujan hacia dentro y me golpeo en las espinillas.

Entonces veo dentro a otro agente, vestido con una camiseta amarilla y con un pañuelo que le tapa la nariz y la boca. Mira hacia mí y comienza a gritar como un loco: “¡A ésa ponerle las esposas!”.

Tengo asumido que puedo acabar en comisaría pero mi miedo es que me dejen sin el móvil y que vean que he grabado todo eso.

Pienso que, si se dan cuenta, no sólo lo van a borrar, sino que me pueden hacer pagar el atrevimiento.

Grito como puedo “¡Saco el DNI! ¡Saco el DNI!” y consigo que me suelten los brazos. Aprovecho para sacar de su vista el móvil y me lo meto en mi riñonera a la vez que cojo mi monedero. Tengo muchos papeles y tardo unos momentos en encontrarlo. Según lo saco, el mismo agente que me había amenazado me lo arranca de los dedos. Se da la vuelta y se apoya contra el capó del otro furgón. Esos minutos los percibo como una eternidad.

Seguía sin entender qué estaba pasando y mi cabeza no consigue atar más cabos. El policía se da la vuelta y me encara: “¡Ahora vas a hacer exactamente lo que yo te diga! ¡Vas a coger esto (en alusión al DNI) y te vas a ir al final!”. “¿Al final de dónde?”. “¡De la calle!”. Me devuelve el carné y la identificación y yo me meto ambas cosas en la riñonera.

Empiezo a caminar sin sentir los pies. Otro antidisturbios me escolta fuera del cordón policial. Le miro, sin comprender, y le pregunto llorando: “¿Por qué estáis haciendo esto? ¡¿Por qué?!”. El agente me intenta calmar: “Tranquilícese, señorita, no pasa nada, váyase ahora”. Puede que me equivoque, pero en su mirada pude ver que tampoco él entendía qué estaba pasando.

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